Una anciana cavaba la tierra todas las noches: un día los vecinos decidieron seguirla y descubrieron una terrible verdad.

Una anciana cavaba la tierra todas las noches: un día, los vecinos decidieron seguirla y descubrieron la terrible verdad.

Por las noches, el pueblo estaba en silencio, sólo desde un patio se oía un ruido sordo: una pala hundía la tierra una y otra vez.

“¿Me oyes?” preguntó un vecino en voz baja.

“He oído que está cavando de nuevo”, respondió otro.

Por la noche, cuando las ventanas ya estaban oscuras y sólo algunos perros ladraban en la oscuridad, se oía el golpe sordo de una pala desde el jardín de las afueras.

La vecina, una mujer de unos sesenta años con una sonrisa suave y cansada, salía todas las noches al patio y comenzaba a cavar la tierra.

La luz de la luna resaltaba su silueta entre los macizos de flores y la vieja cerca de estacas, y el suelo bajo sus pies se convertía gradualmente en agujeros irregulares.

Al principio, la gente simplemente intercambiaba miradas, hablando de esto en un banco cerca de la tienda. Tenían ideas muy diferentes al respecto.

— ¿Quizás esté replantando patatas? —dijo uno.

—¿En noviembre? ¿De noche? Algo anda mal aquí.

—Te digo que está ocultando algo.

— ¿Pero qué? — seguían discutiendo los vecinos.

Un día, la curiosidad pudo más que ellos y dos vecinos decidieron seguirlos.

Se escondieron detrás de un viejo granero y observaron durante horas cómo la anciana, respirando con dificultad, cavaba en la tierra densa con una pala, a veces arrodillándose, como si escuchara algo subterráneo.

Los vecinos simplemente quedaron horrorizados cuando finalmente se dieron cuenta de por qué la mujer estaba cavando la tierra con tanta diligencia y qué estaba escondiendo exactamente.

La verdad se reveló por casualidad. Un vecino, con el pretexto de traer un tarro de mermelada, fue a verla durante el día.

Mientras tomaban una taza de té, la mujer confesó que antes de morir, su marido le había contado que hacía muchos años había enterrado varios objetos de valor en el patio: joyas antiguas, monedas de oro, incluso un anillo familiar.

Él era débil, hablaba en voz baja y nunca logró decirle la ubicación exacta.

Al principio, la viuda pensó que podía olvidarlo. Pero cada día que pasaba, la idea de los tesoros la atormentaba. Así que, armada con una pala, comenzó su búsqueda.

Pozo tras pozo, parterre tras parterre, pero hasta ahora ni brillo de oro ni monedas antiguas. Solo tierra oscura y húmeda, cuyo olor ahora llenaba su casa.

Dicen que todavía está cavando.

Y nadie lo sabe: si es simplemente una sed de encontrar el legado de su marido o si hay algo más escondido bajo su jardín que él nunca se atrevió a decirle.

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