
El juez sonrió al verla, pero ella lo miró directamente a los ojos y dijo algo que dejó a toda la sala, incluido el juez, en shock.
La escandalosa audiencia judicial llenó la sala. Los periodistas ocuparon cada rincón libre, las cámaras apuntaban a la mesa de los acusados. Incluso la gente común hizo fila para presenciar en persona el sonado caso del que todo el país hablaba.
En el centro de atención se encontraba una joven de diecisiete años. Estaba acusada de un grave fraude financiero. Pero el verdadero revuelo no se debió tanto a las acusaciones, sino a lo ocurrido en el tribunal.
El juez tomó asiento y, hojeando los papeles, levantó la vista hacia el acusado.
—¿Dónde está su abogado? —preguntó con una sonrisa.
La muchacha permaneció en calma.
—Yo misma defenderé mis derechos —dijo con voz firme.
La risa estalló en la sala. Los periodistas tomaban notas apresuradamente, la gente susurraba. Ni siquiera el juez pudo ocultar su ironía:
—¿Usted? ¿Y quién es usted para creer que puede representarse a sí mismo aquí?
Pero al segundo siguiente, la chica pronunció unas palabras que congelaron a toda la sala. Los periodistas dejaron de escribir, las cámaras enfocaron su rostro. Incluso el juez palideció, como si no pudiera creer lo que acababa de oír.
Esta frase cambió el curso de todo el juicio e hizo que el público viera el caso bajo una luz completamente diferente…
La sala quedó en silencio. La niña se puso de pie y miró al juez directamente a los ojos:
—Soy tu hija. Vine aquí para demostrarles a todos que mi madre y yo somos inocentes, y para revelar la verdad sobre los crímenes que cometiste y trataste de ocultar enviándola a prisión.

Estas palabras impactaron a todos. El juez, que hacía unos momentos sonreía, palideció. La madre de la niña había sido condenada por delitos cometidos por el propio juez hacía muchos años, cuando aún estudiaba derecho. Había echado toda la culpa a la mujer para salvarse.
La muchacha continuó con calma: desde el último año había estado reuniendo pruebas, siguiendo los planes de su padre y del juez, estudiando documentos para demostrar la inocencia de su madre y la suya propia.

— Hoy aquí se restablece la verdad —dijo con seguridad.
La sala del tribunal se paralizó. Los periodistas dejaron de escribir, las cámaras enfocaron su rostro. Por primera vez, el juez se encontraba en una situación difícil: ante él estaba su hija, dispuesta a revelar todo lo que había intentado ocultar.
Pronto, el caso fue transferido a otro juez. La niña logró demostrar su inocencia y la de su madre, exponiendo los crímenes de su padre y del juez. La verdad prevaleció, y toda la sala comprendió que la valentía y el conocimiento pueden cambiar incluso el sistema.
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