
Se apresuró hacia el aeropuerto para tomar su próximo vuelo. Sin embargo, algo que presenció en el camino lo obligó a detenerse.
Ese día parecía normal en todos los sentidos, salvo por la fuerte lluvia que caía afuera.
Mientras se dirigía a toda velocidad al aeropuerto, vio a una mujer de pie en medio de la tormenta con un niño pequeño. Por un momento, intentó ignorarla y seguir adelante, pero la culpa le arrebató el corazón. Se detuvo, bajó del coche y se acercó a ellos.
Hola, ¿puedo hacer algo por ti? ¿Por qué estás aquí con un bebé tan dulce? —preguntó.
“No tengo dónde quedarme”, admitió en voz baja.
“Mi marido nos echó y no sé qué haremos ahora”.
Sin pensarlo dos veces, el hombre sacó las llaves de su apartamento de su bolsillo y se las entregó mientras le decía a su chofer que los llevara a casa y se asegurara de que tuvieran todo lo que necesitaban hasta que él regresara.
El conductor los acompañó hasta el coche y se marchó, mientras él reanudaba su viaje hacia el aeropuerto.
Dos semanas después, cuando terminó su viaje, regresó a su apartamento.

Después de tocar y no obtener respuesta, se dio cuenta de que la puerta no estaba cerrada con llave y entró.
La visión que vio casi le quitó el aliento.
Se quedó paralizado, con el pulso acelerado. Una mujer y un niño estaban en la sala, pero sus rostros no eran los que había conocido aquella tarde lluviosa.
Los juguetes estaban cuidadosamente ordenados sobre la alfombra, una cena caliente servía en la mesa, y sobre el piano reposaba una breve carta: «Gracias por su amabilidad. Ya estamos en casa».
Pero su atención se dirigió a la esquina, donde un niño pequeño estaba sentado envuelto en una manta cálida.
El niño era desconocido para Nathan, y sin embargo su rostro le resultaba extrañamente familiar, sus ojos eran idénticos a los del bebé en la tormenta, aunque ahora parecía tener casi siete años.
La mujer levantó la vista y esbozó una suave sonrisa, aunque un miedo silencioso brillaba debajo de ella.
Llegó a nosotros por su propia cuenta. Lo llamamos… nuestro milagro.
Los hombros de Nathan se relajaron, pero algo inquieto se agitó en su interior.
No fue sólo alivio; fue un misterio que encerraba una revelación asombrosa.
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