

Una joven pareja, Carlos y Sofía, se casó hace tres años y finalmente recibió la buena noticia.
Desde el día que supo que Sofía estaba embarazada, Carlos la cuidó con esmero. El embarazo ya llevaba seis meses, y la barriga de Sofía crecía cada día. Sin embargo, últimamente se había vuelto extraña: siempre estaba en cama, sin apenas levantarse.
Por mucho que Carlos la animaba, ella sólo sonreía de mala gana, diciendo que estaba cansada.
Al principio, Carlos pensó que eran molestias del embarazo o que se sentía pesada, pero cada día le parecía más extraño. A la hora de comer, ella simplemente picaba algo y volvía a la cama. Incluso cuando necesitaba ir al baño, intentaba aguantarse. Preocupado, Carlos insistió varias veces:
“No puedes seguir mintiendo así; afectará al bebé”.
Pero Sofía negó con la cabeza, con los ojos enrojecidos. La forma en que se aferraba a la fina manta lo inquietaba aún más.
Una noche, Carlos regresó tarde de su turno. Abrió la puerta de la habitación y vio a su esposa en la misma posición de siempre: tumbada de lado, con la manta cubriéndola de pies a pecho. El extraño ambiente aceleró el corazón de Carlos. Se acercó, se sentó a su lado y le preguntó en voz baja:
“Sofía… ¿me estás ocultando algo?”
Sofía se quedó en silencio, con los hombros ligeramente temblorosos. En ese momento, Carlos sintió un miedo invisible que lo invadía. Extendió la mano y tocó el borde de la manta.
“Lo siento… pero necesito saberlo.”
Diciendo esto Carlos, temblando, levantó la manta.
La escena que vio lo paralizó. Los pies de Sofía estaban hinchados, su piel pálida y amoratada. Sus pies estaban agrietados, hinchados y tan rojos que el más mínimo roce la hacía gemir de dolor. Carlos estaba atónito, incapaz de creer que fuera cierto.
—Dios mío… ¿por qué no me lo dijiste? —preguntó Carlos con la voz entrecortada y las lágrimas brotando de sus ojos.
Sofía se dio la vuelta, sollozando:
No quería preocuparte… Tenía miedo de que te cansaras, de que te entristecieras. Por eso lo oculté…

Resultó que, durante todos esos meses, Sofía había sufrido hinchazón de pies durante el embarazo. Cada día le dolían más los pies, lo que le dificultaba caminar. Pero, por compasión hacia su esforzado esposo, apretó los dientes y soportó el dolor bajo la manta.
Carlos abrazó a su esposa con el corazón lleno de compasión. Se sentía tan descuidado por solo preocuparse por el trabajo y no prestar atención a los cambios de su esposa.
A la mañana siguiente, Carlos llevó a Sofía al hospital. Cuando el médico le explicó que era una señal de alerta de preeclampsia, una complicación peligrosa que podía afectar tanto a la madre como al feto, Carlos se sintió desanimado. Si no lo hubieran detectado a tiempo, las consecuencias habrían sido impredecibles.
En la habitación del hospital, mientras el médico le inyectaba un medicamento para reducir la hinchazón, Sofía apretaba con fuerza la mano de su esposo, con lágrimas corriendo por su rostro. Carlos le susurró:
De ahora en adelante, no me ocultes nada más. Pase lo que pase, tenemos que superarlo juntos.
Sofía asintió, ahogada por la emoción. En ese momento, Carlos comprendió que el amor verdadero no son solo palabras dulces, sino también afrontar juntos el dolor y el miedo.
En los días siguientes, Carlos se tomó una licencia prolongada del trabajo para cuidar de su esposa. Aprendió a cocinar, le masajeaba los pies a Sofía todas las noches y la ayudaba a caminar lentamente por el patio del hospital. Muchas personas que presenciaron la escena se conmovieron y elogiaron a Carlos.
Tres meses después, Sofía dio a luz a una niña sana. Al oírla llorar en la sala de partos, Carlos rompió a llorar. Tomó la mano de su esposa, la besó en la frente y le susurró:
“Gracias por ser fuerte por esta familia”.
Y en su corazón, la imagen de aquella noche, cuando, temblando, levantó la manta y vio los pies hinchados de su esposa, quedaría grabada para siempre. Fue el momento en que comprendió con más profundidad que nunca: amar es compartir, es nunca dejar que la persona que amas sufra sola y en silencio.
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