“La promesa bajo el puente”

Mi esposo solía decirme con una sonrisa cansada:
«Aguanta sola hasta que termine este mes. Luego nos mudaremos todos a mi pueblo, cerca de mis padres. Se acabaron los trabajos duros en el extranjero, se acabaron los despidos».

Sus palabras fueron como un bálsamo para mi alma agotada.
Por las noches, soñaba con una vida sencilla, con los niños correteando por el patio de tierra, con nuestros padres charlando bajo la sombra de los árboles.
Una vida juntos. Por fin juntos.

Pero entonces… Pasaron tres días sin noticias suyas.
Lo llamé una y otra vez. Le envié mensajes. Nada.
Me dije:
«Quizás estés en el turno de noche, quizás se te acabó la batería del teléfono…».

Esta mañana, mientras dejaba a nuestro hijo en la escuela, sonó mi teléfono.
Al otro lado de la línea, una voz temblorosa pronunció unas palabras que nunca olvidaré:
«Hermana… ve rápido al puente… algo le pasó a tu esposo».

El mundo se detuvo.

Sentí que se me partía el corazón en mil pedazos. Dejé a mi hijo con el vecino y salí corriendo como un alma en pena.
Al llegar, lo vi…
Tirado bajo el puente frío, rodeado de policías y vecinos susurrando.
Su camisa de trabajo estaba sucia, su rostro pálido… Como si en sus últimos momentos hubiera estado esperando algo. ¿O a alguien?

Una mujer detrás de mí murmuró:
“Durante tres noches lo viste por aquí, caminando solo… como si estuviera esperando a alguien que nunca llegó”.

Grité su nombre con desesperación, pero ya era demasiado tarde.
La promesa de regresar juntos al pueblo quedó suspendida en el aire, como un sueño incumplido.

Y bajo ese puente, donde todo terminó, también empezó mi dolor… por un futuro que ya no será.

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